El poeta Rodrigo Pesántez Rodas es una de las voces que ha conseguido marcar su camino en la poesía con un andar constante, consiente de que vive en la perpetua tarea de reinventarse en su poesía, de volverse otro, de ir trasmutando por el ritmo, los sonidos y las nuevas formas. Va desencajando su discurso lírico en nuevos registros, formas y estructuras para remontar al poema.
En su obra, ha trabajado, con igual precisión, el silencio (en sus poemas cortos y definitorios) y la resignificación constante de las cosas, a través de novedosas imágenes de sorpresa con las que promueve un mapa discreto de renovado lirismo para presentar a su poeta, el mismo que conoce a la perfección las significaciones y que por ello no recurre al rebuscamiento ni al hermetismo gratuito si no a lo plenamente figurativo.
La autenticidad y versatilidad del poeta se basa en una constante: la sinceridad y la utilización del el “Yo” como voz poética.
AUTO DE FE
Yo:
Rodrigo Pesántez Rodas,
temático de nacimiento
y tonto por naturalización,
comparezco y declaro:
Que no soy yo quien soy
sino la imagen
de alguna semejanza que me hicieron.
Que no me trajo al mundo la cigüeña,
sino un avión de propulsión a chorro.
Que hube, tuve y anduve con mis huellas
descarrilando mi vagón de huesos.
Que hice pecados grandes y chiquitos
cuando jugaba a las escondidas con mis ganas.
Que quise hacerme cura y me expulsaron
por resbalarme siempre en una manzana.
Que alguna vez de novio fui por lana,
volviendo de casado, trasquilado.
Que me retraté con mis ángeles custodios
bajo el puente postizo de unos dientes.
Que me encontré en el lago Titicaca
con Simbad el Marino y con el lobo
de la Caperucita Roja en el Ejido.
Que con los distinguidos fui manada
y en la jauría un simple ciudadano.
Que a pesar del D.D.T. y los sicoanálisis
siempre mantuve el seso adoquinado.
Que después de las uvas fue el ombligo
mi racimo de tierra apetecido.
Que finalmente me declaro ingrato
de nunca haber escrito golondrinas.
Para constancia de lo expuesto firmo
con el espantapájaros y el río.
Observamos como el poeta no disminuye el pulso, no suelta la cuerda y el propósito del texto, mantiene la tensión por donde hace equilibrio el lector.
Otro recurso que vuelve único a su discurso poético es la utilización del humor y la ironía en su poesía. Esto lo vuelve muy original frente a los discursos ortodoxos de la poesía ecuatoriana. Han sido muy pocos los poetas que han tomado el humor como una forma poética de estilo, y es que hay mucho riesgo: se puede, fácilmente, caer en la sencillez burda o en lo vulgar del lugar común.
Pero este no es el caso de Pesántez. Como asevera Nietzsche en Así hablaba Zaratustra: «Esta corona del riente, esta corona de rosas !os la arrojo a vosotros hermanos! He santificado la risa». El poeta va dejando de lado las imposturas y retratándose con soltura en la inmediatez de las circunstancias. Uno de sus más claros ejemplos es el poema
INDISCIPLINA.
Con este mismo cráneo
que se viste de pelos.
Con este mismo que usa
y se desusa
sentado en mi pescuezo.
Con este que soñó
en tener violines
y solo consiguió
un divorcio
en Quito.
Con este que se para,
grita
y puja,
con este mismo
-digo-
habrán de verme
en el juicio final
muerto de risa.
Otro tema de preocupación de nuestro autor es el amor desde una suerte de reconstrucción del dolor, en un recorrido de experiencias, que resalta la humanidad de la lírica haciéndola mutar, cambiándola de forma, para no incurrir en lugares manidos o fáciles.
LA ROSA BLANCA
Parece que cuando se ama
demasiado
los huesos sufren más que el corazón,
por eso
la osteoporosis
no es una enfermedad
de la vejez
sino la última rosa deshojada
en el camino de la incertidumbre.
Rodrigo reconoce la solemnidad del amor en cada uno de sus versos, pero no se queda en la experiencia solitaria de un desarraigo constante, de una pareja, o en la construcción idílica de la persona de sus afectos. Rezonga suavemente al ser amado y se autoconvence del bienestar propio diciendo:
No tuve el amor
pero siempre el aroma de otros cuerpos.
Los poemas de Pesántez no se sitúan un lugar alejado o desconocido, por lo contrario, nos mantiene cerca de la cotidianidad, en espacios donde nos podemos reconocer, en áreas donde los lectores son transeúntes y protagonistas.
El poeta nos deja abierta la ventana por donde podemos contemplar, con humildad y sencillez, donde nace la verdadera poesía. Sin embargo, a lo largo de su obra, encontramos un autor que tiene claro todos los cometidos de la poesía, que se encuentra con una bandera siempre reluciente en la asertividad de sus versos:
LA PULGA Y EL CAMELLO
¡Señor!,
tú que me conoces bien
y sabes
de qué lado me trinan
las viruelas. Tú que conoces
mi lado vulnerable
a los aromas
y mi perversidad
por las molleras tontas. Tú
que cómodamente
existes a la diestra
sin saber que la izquierda es poderosa,
cámbiame
que nos vamos yendo
Tú a los cielos de azúcar
yo a los quintos infiernos.
Así tan mal estamos
que cualquier perro orina
sobre tu Tiberiades
y mis lomas. Que encima
de las casas
van las pulgas,
que encima de las pulgas,
los camellos,
y encima de las pulgas
y camellos,
los camellos y pulgas
del Pentágono.
El poeta entra también en una poesía social, dejando en claro cuáles son los principales problemas a los cuales nos enfrentamos en los estadios modernos del poder, donde dan luz las innecesarias e imaginarias “ramas de olivo” a nuestra historia, donde la injustica se parte el lomo de la conmiseración para dejarnos ver como se escapan todas las libertades, es así como el poeta reconoce el camino, con un silente cantar leve.
El poeta, con su obra, propone regresar a aquella estructura que demanda un tiempo sostenido y precisión en la escritura: el soneto. Volver a la forma, a un estilo que en la actualidad es poco utilizado, es aclarar que el poeta reconoce sus lecturas, su tradición, sus conocimientos como vitales para el propósito de la poesía. Aquí uno de sus sonetos:
EL PARAÍSO PERDIDO
Para qué esta guitarra que no encanta
ni esta gaviota atroz en pleno vuelo
ni este almendro que pudo ser ciruelo
ni este coágulo azul en la garganta.
Mentira lo que cae y se levanta,
no es cierto ni el azul ni es cierto el cielo,
peor las mariposas de tu pelo
ni el tigre de bengala que te canta.
Para qué yo, si el gozo está en la llaga,
si la rosa de filo es una daga
y al revés del recuerdo está el olvido.
Y para qué nosotros sí a la vuelta
el palomar miles de cuervos suelta
y el Edén otra vez está perdido.
La voz poética de Pesántez, constantemente, se arrepiente, se reprocha momentos en su historia personal que lo conducen a versos breves, como quien busca ahondar poco en esas recurrencias. Como se puede ver en partes significativas y rotundas en la poesía del vate ecuatoriano, por ejemplo:
Cuando conocí el dolor,
mi abuela ya no estaba.
El acercamiento con sus antepasados, la reconexión con los que se encuentran ausentes:
ENMA: Cuando recibas esta carta, seguramente estarás muerta, por lo tanto, ya no podrás leerla con esos ojos mansos de capulí maduro que infinidad de veces se unieron a los míos para pintar ojeras a los sueños. Pero sé que entenderás lo que te digo, porque tú y yo juramos por encima del musgo de la muerte y de sus lilas manos y su hoguera, seguirnos escribiendo, yo con letras salidas del filo de mi sangre y tú con las semillas que te brotan doradas del fondo de tu nada.
De esta forma el poeta comienza a reconstruir sus duelos, las pérdidas en los silentes caminos de la espera, de la diferencia angustiante de los resultados, de aquellas despedidas que se aprenden pronto, pero se las carga por tiempo ilimitado.
El poeta resurge entre todas las cenizas que acarrean sus versos, los recompone y diversifica en el dolor, en la ironía, en el duelo, en la realidad, en la auto perspectiva, en la experiencia, en la forma rigurosa de un poema, en el verso libre, en el soneto, entre otras formas.
El poeta afirma en su poema “La llave”:
La mano en la puerta de la vida
busca la llave de la Eternidad:
solo la sombra se abre
como un gesto irremediable y
cae
el misterio en pedazos.
¡Solo la poesía nos redime!
El sendero que jamás se recorrerá dos veces es la poesía, entre resignificaciones y constantes variaciones del lector y el texto, nos encontraremos en la luminosidad del poema, donde sobresalen los versos que serán a lo largo del tiempo, la mejor memoria de la historia de las naciones.
Estoy seguro y sin miedo a titubear o a equivocarme, el poeta Pesántez mantendrá en alto aquella insignia de historiador sonoro e irreverente de la gran poesía ecuatoriana, que nos protege en el acertijo de los tiempos y las heridas, que nos llena de herramientas para construir el palacio en la infinita memoria de la poesía.
Santiago Grijalva