El día jueves 23 de noviembre, en el Centro Cultural Benjamín Carrión, se realizó la presentación del libro «Limosnas de luz», de la poeta Sara Vanégas Coveña (Cuenca, Ecuador), poeta homenajeada en la Décimo Quinta Edición de Paralelo Cero. Compartimos los dos textos de presentación con los que se acompañó este homenaje, escritos por Xavier Oquendo Troncoso (Ecuador) y María Ángeles Pérez López (España).
SARA VANÉGAS Y LA POESÍA:
UNA LUCIÉRNAGA ES LIMOSNA DE LUZ
Me ha parecido posible imaginar que la luciérnaga es una de las limosnas de la luz, y ha ocurrido porque la luciérnaga brota de los versos de la poeta ecuatoriana Sara Vanégas desde que da título a su segundo libro, publicado en 1982, así como Limosnas de luz[1] es el título de la antología que ahora presentamos.
Recordé entonces que la luciérnaga está presente en una canción tradicional japonesa que Taneda Santōka llevó a un haiku:
Luciérnagas, venga, venid,
he llegado a mi pueblo.
Limosnas de luz, en selección de Xavier Oquendo, Santiago Grijalva, Kevin Villacís y Juan Suárez, con prólogo de Oquendo y epílogo de Fernando Albán permite que nos acerquemos a una obra publicada a lo largo de las últimas cuatro décadas, bien reconocible, con signos inequívocamente personales, y en la que la luz y el mar conforman espacios para respirar, ser y dejar de ser. Desde los iniciales 90 poemas que se publicaron en 1980 hasta Catedral sumergida, de 2023, Vanégas ha ido transitando un recorrido marcado por varias claves, a las que he intentado acercarme.
En primer lugar, su poesía es preferentemente breve, muy depurada, y se condensa hacia la esencialidad y la búsqueda del ser, de cada ser, del árbol en su raíz y el ave en su plumaje, del tiempo en sí mismo y en lo otro, lo que genera a su vez otro conjunto de características.
Porque la poesía se abre al espacio de la sugerencia como su latido más persistente: el poema no dice, más bien escucha, y desde ahí se ofrece como una invitación.
Es entonces el lugar del misterio, las zonas de enigma, el saber de un no saber, esa lengua que «desconoce las palabras» (cito del libro Más allá del agua, de 1998), como cuando en uno de los poemas de su primer libro concluía:
peces de luz
despertaban
en tus manos
ausentes (p. 36)
En la sugerencia, esos peces de luz unen los dos grandes mundos de la autora, agua y luz como dos modos de la vida y su conciencia sintiente, siendo el mar una suma inabarcable a la que la poeta regresa una y otra vez, y de la que brotan el ahogo y también las tantas limosnas de la luz.
Incluso esa zona de enigma puede teñirse levemente de erotismo, como en el poema «Sin tiempo» del mismo libro inicial, pero está marcada por la extrañeza, la dificultad de llegar a ser, de llegar al ser, la con(fusión) entre lejos y cerca que lleva al yo enunciativo a decir:
yo vago con las manos extendidas
creyendo nombrar cosas (p. 38)
En segundo lugar, aunque nos encontramos con una obra muy coherente, algunos títulos destacan sobre otros. Me gustaría detenerme brevemente en PoeMAR, que fue Mención Especial Pegaso Editores en Rosario en 1994, y cuya tipografía, con mayúsculas en la palabra mar nos lleva a unir esas dos realidades, de modo que el poema parece brotar de la misma sustancia primigenia que es el agua marina. Imaginé entonces que poemar podía ser también un verbo, y significaba hacer mar en el poema, ser mar en el poema, así como hijar o mundar en Juan Gelman eran hacer hijo ohacer mundo. Este libro se abre a nuevos caminos expresivos, como el empleo de la barra gráfica para expresar la pausa, y un léxico más fuerte e imperioso.
También sobresale el libro Al andar, que fue Premio Nacional Jorge Carrera Andrade, de 2004, una de las dos ocasiones en que la autora ha obtenido este relevante galardón: un libro que insiste en una dimensión viajera que también se teñirá de ecos orientales; y el libro Versos trashumantes, que fue Premio Hoja de Encina de Madrid en 2011 y donde cobra fuerza un recurso que utilizará la autora: la eliminación de las comas y las mayúsculas tras el punto. Esa modificación ortotipográfica implica un modo de lectura más atento a los ecos que cada palabra despierta, e introduce cierto extrañamiento por el que cada palabra aspira a recuperar su posibilidad de abrirse y desplegarse.
En tercer lugar, para aproximarnos al conjunto de la producción de Sara Vanégas, hay que destacar que nos encontramos ante libros marcados por el viaje, el nomadismo, la trashumancia como condición de movimiento que atraviesa todos los estados de la materia y también de la antología Limosnas de luz como diálogo con la luz y con el mar, esos dos prodigiosos animales viajeros.
En Vanégas, se percibe la relevancia del viaje como un modo de ser y desprenderse. Son frecuentes los poemas que tienen entre paréntesis el lugar y la fecha de escritura, y así recorremos con la autora las ciudades de París, Estrasburgo, Múnich, Roma, San Sebastián, Quetzaltenango, entre tantas otras.
En medio de cierta percepción de naufragio, dialogan la arquitectura de Múnich o de la ciudad de Cuenca, el lugar natal, porque el viaje se centra a menudo en las ciudades. A ellas dedica una parte del libro De la muerte y otros amores¸ que se publicó traducido al inglés en 2014; a su vez, la autora dedicó esta parte a Ítalo Calvino acompañándola del siguiente epígrafe de Shakespeare: «Las ruinas me enseñaron a pensar». Son las ciudades imposibles, las ciudades aún no erigidas, las ciudades quemadas en la memoria, que se suman a las ya recorridas por la autora. Así parece adentrarse en otras zonas de la imaginación y del lenguaje.
Porque desde el viaje y en el viaje, puede alcanzarse el saberse ser, incluso en soledad, como una búsqueda y a veces, también un hallazgo.
Encontramos entonces la nostalgia, la demencia o el desamor junto a la ternura y la búsqueda de la belleza. Son aspectos en los que merecería la pena detenerse, así como la relevancia del desierto y los aspectos surreales que han fascinado a la autora ecuatoriana.
Su poesía posee fuerte vocación de universalidad, hay apenas algunas mínimas referencias personales: amigo, hermano, amor. Por tanto, las indicaciones de lugar y tiempo en algunos poemas no los anclan, no se suman a ningún aspecto narrativo o descriptivo, sino que los poemas quieren ir lejos, tal vez para regresar siempre…
Para Vanégas, será fundamental el diálogo con numerosas voces y tradiciones (y ahí quiero subrayar la importante presencia de los epígrafes: los libros en su conjunto y algunas de sus partes van presididos por citas que dan cuenta de la amplitud de voces con las que se establece una íntima vinculación): desde los conocidos versos de Pessoa («El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente») a nombres que van de Chavela Vargas a Octavio Paz o Teodoro Vanégas, de Lorca a Adonis, Novalis o Malraux, Rimbaud, Borges y Lezama Lima, Grazia Deledda y Whitman, Pizarnik, Yourcenar y Wang Weiqing, Ingeborg Bachmann, Lalita Curbelo Barberán, Mahmud Darwish, Antonio Colinas, Manuel Scorza, César Dávila Andrade, Angelus Silesius, Hölderlin, Corintios, Eliot, Edith Södergran, Cavafis, Machado, Masaoka, Friedrich Nietzsche, Quasimodo, Yü Hsüan-Chi, Rilke, Calvino y Rodin. La exhaustiva nómina señala la amplitud de lecturas y horizontes de ese diálogo poético.
Un diálogo con diversas voces y tradiciones que es especialmente significativo en la imantación de la literatura japonesa y oriental para la autora, presente en algunas formas que se aproximan al haiku japonés.
Ha señalado Lola Nieto, poeta española que conoce muy bien la literatura japonesa, cómo «Bashō concedió dos características a los haikus: hosomi y karumi». La primera se refiere a lo «delgado», es decir, la necesidad de que quien quiera probar la escritura se reduzca, mengüe «su identidad individual para así comprender, en la observación, a los otros seres. Bashō lo resumió de este modo: “Si quieres dibujar o cantar tus poemas sobre los pinos y bambúes, aprende de ellos. Y aprende quiere decir unirte a ellos. ¡Hazte tú un pino y un bambú…!”». Hosomi es, pues, la capacidad para sentir lo que otro siente. «Karumi, por su parte, literalmente “ligero” o “no pesado”, se identifica con una actitud, una mirada desprejuiciada e inocente, anclada en lo real. Bashō dijo: “Sencillamente observa lo que hacen los niños… El estilo que busco es ligero tanto en forma como en estructura, como lo que se siente al contemplar la cuenca arenosa de un río poco profundo”»[2].
Esa zona de imbricación con el haiku la hallamos de modo luminoso en los poemas «Nada», «Nadir» o «Felicidad» de Luciérnaga y otros textos y de modo muy significativo en el libro Indicios (1988). Sin responder plenamente a algunos de los modos en que el haiku ha sido trasladado a nuestra lengua, sí tiene una altísima dimensión contemplativa.
Desde que José Juan Tablada los enunció en español como «poemas sintéticos» (Un día…, 1919), han sido numerosos los autores de nuestra lengua que cultivan esta forma. Hace pocos años publicaba Rafael Cadenas su libro En torno a Basho y otros asuntos (2016).
Por último, en Sara Vanégas no resulta tan relevante el pensar como el sentir, y lo experimenta a través de los diversos sentidos, especialmente con el sentido del tacto, uno de los más relevantes para conocer y vivir, uno de los menos atendidos, y uno de los que más presencia alcanza en su obra.
En Luciérnaga y otros textos hay un poema muy hermoso titulado «Aceras», en que el yo poético está saludándose con otra persona y «pintando jeroglíficos en el viento». ¿No es ese un modo inolvidable de decir lo que la mano o el cuerpo parecen querer decir y no logramos descifrar? Traigo aquí el relevante libro titulado Historia del tacto de Sergio Navarro, poeta aquí presente que recibió por ese libro el premio de la Universidad Popular José Hierro hace unos pocos meses; que ambos estén aquí y participen de un modo de mirar con las manos tan luminoso me parece una circunstancia no casual, absolutamente maravillosa, uno de los muchos milagros del Festival de poesía “Paralelo Cero”.
Otro de los milagros, para concluir, podría ser ahora la presencia de luciérnagas, pero no vendrán hasta aquí porque son muy vulnerables a la contaminación lumínica. Sin embargo, echan a volar si abrimos esta bellísima antología. Gracias a Sara Vanégas por su hermosa obra y por su confianza. Le escribí un haiku para agradecer ambas:
Luz que es limosna
y regalo del agua.
Mano en las olas.
Muchas gracias, poeta.
[1] Del poema «Palabras», que se ancla en Viena en 1982 y del que siguen brotando las palabras de su final: «Palabras/ y el sol de tu risa/ y mis ansias de sol/ me arrojas limosnas de luz/ yo te devuelvo/ palabras» (p. 62).
[2] Lola Nieto: «La luciérnaga en la lengua», prólogo a Comarca mínima de María Ángeles Pérez López, Cartonera del escorpión azul, 2022.
María Ángeles Pérez López
SARA VANÉGAS Y EL DESIERTO QUE TERMINA EN EL MAR DE SUS POEMAS
Sara Vanégas probablemente sea una de las voces más cuidadas y nítidas de la poesía ecuatoriana actual. Sus ya reconocidos micropoemas son instancias líricas de asombrosa lucidez. En ellos se registra un acertado equilibrio entre el oficio del rigor y la supuesta sencillez que ofrecen estos textos de diafanidad surrealista.
Su poesía se presenta en decantados versos trabajados entre la prosa expresiva y la versificación alejada de la consonancia y arrimada en un singular ritmo interior, donde hay una caprichosa puntuación, no existen las mayúsculas y el escarceo de versos es arbitrario, lo que hace que esta obra burilada desde hace más de 40 años sea una poesía inusual dentro de la literatura ecuatoriana.
Una poética de las cosas y los instantes (esa recreación que envuelve y engarza a los recuerdos en un nuevo génesis del universo que se vuelve a dar en la palabra).
Ella se presenta así en su poesía:
sé que en el fondo de mí aletea cierta música
inexplicable y buena.
sé que alguien por ella me reconoce y me llama
desde antes de mí
En esta poesía no hay búsquedas inusuales o vanguardistas. El trabajo mayor se halla en la nueva significación. Sin llegar a experimentar en la poesía conceptual, se puede observar en su espectro poético un trabajo en la precisión.
Me baso, para hablar de ello, en ciertos momentos hallados luego de una lectura de toda su obra:
1. La deformación de una forma de Oriente
En la mayoría de su obra se puede notar, con mucha claridad, una cierta influencia formal de los haikusjaponeses, pero los poemas de Sara penden de una originalidad que no se centra en la perfección métrica (en esa medida-cárcel de los textos orientales).
El libro “Indicios” es, sin duda, el mejor ejemplo de trabajo formal en la poesía de Vanégas. Poemas, todos ellos, de tres versos. Uno de estos tres —no necesariamente el último— es, siempre, la hipótesis que crece y que llega a interpretarse en el final de estos pulidos textos que siempre sostienen una imagen surrealista.
En el libro citado está la poesía más definitoria de Sara Vanégas. Se los halla también, esparcidos, en toda su obra.
En el libro “PoeMar” se leen poemas que resultan igual de sentenciosos que cualquier epigrama chino o igual de proféticos que un salmo hebreo. Y claro, lo que fascina, conmueve e impresiona es la síntesis y la precisión sujetas a no más de tres versos.
una mano misteriosa señala hacia el mar
y el mar echa a andar hacia esa mano
con todas sus campanas y sus voces
En el mismo libro se puede encontrar otra forma. Un poema prosa que suena a noticia, a fábula antigua, a alegoría fantástica:
en ciertas noches del año —dicen— emerge sobre la superficie del océano una ronda de delfines dorados formando extraños mensajes…
la luna entonces se va tornando azulada. lentamente
En su libro “Luciérnagas y otros textos” se hallan extrañas y caprichosas definiciones que impresionan por auténticas y originales. Por ejemplo este poema que define a la NADA:
pájaros sin voz
planean
sobre cuadernos vacíos
o este que define a la FELICIDAD:
un ángel olvidadizo
rondando en mi corazón
descalzo
Siempre huyéndole al coloquialismo, haciéndole el quite a esas otras formas más extrínsecas y menos profundas; sin embargo, en este mismo libro hay un curioso poema que forma a otra Sara Vanégas, distinta a la conocida. Un cierto halo a poema urbano con cierta dosis de precisa sencillez, dejando, acaso, en un corto descanso, su potente metáfora surrealista.
Es un poema raro en ella. Y por lo mismo, fascinante:
y te esperé en la esquina absorta de aquel café que frecuentamos tantas veces
que tanto nos animó a la pasión de lo imposible: jardines
en una isla del egeo. el principito de huésped y tú
en todos los aposentos de mi corazón
reías con risa de caracolas y palmeras
-todo el rollo de agfa con tu risa a colores-
alguien te confundió con la divinidad de la isla
y yo empecé a dudar. la isla perdonada
y la litera fue todo el mar
borrascoso y lleno de peces y algas rotas
(tú preguntabas por la luna en mi cintura)
te esperé mientras anudaba entre los dedos el recuerdo de tu pelo
tibio y negro y no llegabas
las campanas han volado. todas juntas. a qué playa?
2. La realidad de su surrealidad
Su libro “Más allá del agua” es un libro de absoluta connotación surrealista. Comienza la travesía poética con un interesante poema que cuestiona, pero al hacerlo no exige respuestas, sino interpretaciones, pensamientos y certezas. Tal y cual como el precioso libro surrealista de Pablo Neruda “El libro de las preguntas”:
¿y si un día amanecieran las calles todas con candado?
¿y si los árboles no cesaran de crecer contra el cielo verde?
¿Y si mi corazón se mudara al pecho de un canario?
Luego, a tono de postal, a ritmo de certeza, halla la metáfora surrealista que alza el vuelo a la significación, que calza perfecto, como la zapatilla de la tiznada Cenicienta:
y la noche se disuelve en colores
y los colores en agua
tu mano es una ola
Estos poemas que se muestran circulares, cerrados, redondos y con una aplastante precisión, a veces resultan ser eslabones de otros textos, y así, juntos, constituyen un canto que se reproduce desde su gran edificio poético. Lo que quiero decir es que resulta igual de placentero leer los poemas de Sara como si ellos fueran uno solo o como si fueran cada uno una entidad. Y son las dos cosas. Y a veces más. A veces cada verso, cada hemistiquio es ya un poema. Es ya el humus de la tierra poética.
Mujer de definiciones, alta heredera de la ventana de Carrera Andrade: sus versos cantan con entusiasmadas palabras el oro de la naturaleza y la matizan con la explicación de esa otra realidad circundante en su visión planetaria: El poema “Pájaro espino” de su libro “Entrelíneas” es la recreación de la naturaleza y la introspección de la naturaleza de la voz poética:
las aves cuando mueren
-dicen-
igual que los delfines
no escriben sus memorias en las altas ramas
ni en la arena
no convocan al grupo ni lo esperan
las aves cuando mueren
-dicen-
despliegan sus colores en el canto
triunfal
de las espinas
3. El verso cosmopolita
Un alma de poeta trashumante, cosmopolita, vive en Sara Vanegas, y se hace notar especialmente en dos de sus libros, en donde su poética es la idea del viaje y de la memoria. He aquí un verso que es todo un poema:
Mi casa es un enjambre de alas que se fueron
Su poemario “Al andar” es un referente para entender esta vertiente que forma su identidad lírica. En estos textos se dejan revisar las costuras no evidentes de muchos puertos, calles y ciudades que nos presenta una voz poética contemplativa.
El viaje para Sara es la biblioteca de Alejandría. En los otros paisajes se descubre sensible y real. El viaje para Sara es vital. Su poema retrato es efectivamente el retrato de una mujer cosmopolita:
te sienta tan bien esa mirada ausente
de puerto en puerto
de fuga en fuga
de sueño en sueño
En sus viajes descubre los nuevos pájaros que han emigrado de sus destellantes imágenes. Así atraviesa más que las calles, las ciudades y los puertos; los exilios, los retornos, los regresos. Y, como siempre, llega al mar. Todos los caminos conducen al mar.
te encuentro mar en los espejos diarios
en la ronca soledad de las ciudades
en las rutinarias urgencias
/…/
siempre estaré de vuelta a tus ciudades
más allá de mis horas
sumergidas
Con ese ojo tan suyo para atomizar el mundo en las aguas, logra crear unas postales desligadas del sujeto poético y de la primera persona. Su poema “Baño” es un referente:
lentamente se desnuda
entra en las aguas
infames
se mece sobre las olas
y sus carnes brotan rosas oscuras
que contrastan con la palidez de la noche
En el transcurrir de su viaje lírico, la poeta se detiene a contemplar la belleza de cada sitio, así es como mira —y se mira en—: los montes Pirineos, España, Madrid, la nieve; y en ella o con ella, nos presenta con voz admirada a la figura de Lorca, el sabor de los olivares, la poesía de Andalucía.
Para ello utiliza una serie de enumeraciones que revitalizan la surrealidad de sus imágenes:
GRANADA
antiguo reino
dormido
callejuelas empedradas
hierro forjado
y agua…
Y hasta algún sabor a poetas de península, como este verso genial que bien podría ser extraído de los limoneros de Don Miguel Hernández:
de tu casa a mi casa solo hay una herida…
Aunque más allá está voz poética herida, cicatriza y reflexiona con el siguiente poema que bien podría estar incluido en una selección rigurosa de poemas de amor:
de tu casa parten las alas
de mi casa
los vientos
En la Estancia V de su poemario “Al Andar” queda el sabor de la nostalgia como un ingrediente que levanta una nueva catedral de su poesía. La otra realidad está intrínseca dentro de una voz poética que se deja ver en el recuerdo (ese sabor que deja lo vivido, la certeza de que lo recuperado no es suficiente para volver a vivir):
mancha púrpura/ la memoria
según magritte es un dolor sin tiempo
entre las cejas
el sol se aleja
caen tus manos
cae tu rostro
como luz morada de las sombras
cae
al otro lado de mi corazón
En el estupendo libro “PoeMar”, el mar, como siempre, es la música de su palabra minimalista en donde la vemos más universal que nunca, llegando inclusive a cantar versos como lo haría el César Vallejo de “perdonen la tristeza”, o mejor el de “… y el cadáver siguió muriendo…”:
alguien sobre el pico más alto del mundo toca una trompeta:
las criaturas más bellas y las más infames acuden al llamado
todas se miran en el agua y olvidan su rostro
Nunca deja de mirar a la poesía en sus viajes y en sus recuerdos de Babel. Al fin y al cabo, nos quiere hacer saber que sus poemas fueron escritos en muchas partes del mundo. Y lo sabemos porque muchos de sus poemas están firmados con la ciudad en donde nacieron, en donde se hicieron. Desde donde llegaron.
4. El camino es el mar. Y la huida, el desierto
El mar y el desierto son temas reiterados en todos sus libros.
El mar en Sara es casi un signo permanente en su trabajo lírico. No hay forma de dejar de poetizar al mar, pese al tiempo, pese a las aguas.
Hay un Bis a Bis entre la antítesis perfecta de las aguas y la arena.
El mar siempre resulta el pretexto perfecto en su poesía para que de él devenga todo. Y sea todo el nuevo mundo lírico de la personalísima voz poética que habla con apasionado encantamiento sobre el más vivo ser del universo: el mar.
Con sonido de leyenda, el mar se va depositando en todos los poemas de Sara, y se van secando hasta volverse desierto. De las arenas saldrá la duna firme de las aguas. Y renacerán las aguas, otra vez, y así, eternamente.
Como la antípoda perfecta de la vida, sobre la seca ranura del desierto, donde se crean las rosas de arena que no depende de la clorofila de las flores, si no de los vientos de Oriente.
Sara crea su poesía como una pintura de palabras, en donde cada fina pincelada va dibujando una imagen ligada a un surrealismo interior, así como si de la atomización de los colores saliera ahíta de vida la figura de Gala, en la pintura de Salvador Dalí; o como si entre la figuración irreal de la realidad más palpable del Pintor Rene Magritte emergiera el nuevo símbolo de la verdad. Detrás de todo este surrealismo se deja ver el otro color que grita el surrealismo sin exponerlo. Allí está la realidad: y es fresca y tiene el sabor dulce del mar de sal. Porque habita al poeta, aún sin que el poeta lo conozca. El mar nunca se conoce. Todo mar es inconcluso. Y todo lo que no tiene respuesta está en el mar. Y Sara nos da las respuestas a las preguntas que aún no hemos hecho.
En la naturaleza, aún ahora, están todas las preguntas, y bajo ellas, todas las respuestas.
Con absoluta síntesis y precisión, Vanégas explora el mundo, con los ojos de la recalcitrante contemplación. La naturalidad se mezcla con el naturalismo y entonces, aliadas las dos, van en busca de una nueva realidad. Siempre bordeando el camino de la sencillez, así como el buen Borges que tanto amaba “mirar al río”, y en él, hallar a Heráclito.
En su libro “Versos trashumantes” la poeta cuencana que está noche nos regala la mayor parte de sus versos, nos conduce por los jeroglíficos escritos en la arena del desierto (un Sahara que se vuelve cotidiano), hasta las pirámides y las ciudades sagradas de la antigüedad, cuando el mundo andaba a pié y las ciudades eran el experimento de los pueblos sedentarios. Entonces reconocemos paisajes poblados de luz y de color, así, como los cuadros de Miró o las imágenes selectas de André Bretón.
La prosa poética que contiene este libro no se detiene a contar. En ella habita la magia precisa del misterio que, creo, es la base fundamental de la poesía. Y de la filosofía. Y de la vida.
Desde su primer libro ya confiesa esa suerte de ostracismo hacia la temática del mar. Esa condena firme.
Desde el mar, la voz poética dictará el resto de temas. Desde las aguas, así como el verbo de las cosas.
En su poemario “90 poemas” publicado en 1980 dice:
ansiedad marina
hay nubes en mis alas
a mis pies las olas
En “PoeMar” la voz poética se funde en las aguas, entonces ya no se sabe si quien escribe ha sido agarrada por la fuerza de la espuma, o es que acaso, parafraseando a Vallejo —o profanándolo, que más da—: “quiere escribir, pero le sale espuma”:
nuevamente el mar invade mis ventanas. se llega hasta mis rodillas y asciende lentamente a mis senos. se cuelga de mi boca y me inunda el pelo. yo lo miro mirarme desde los ojos. como un enigma antiguo. como un paisaje regado en todas partes
y hace tanto frío y tanto oscuro
Sin embargo el mar también tiene su punto aparte. Hay una ruptura, en este mismo poemario, donde el mar se vuelve naufragio:
crece un árbol de huesos desolados. tu pelo es un
enjambre de ángeles quemados.
el mar ya no será:
sólo el naufragio
5. Ese lugar en que el amor florece
En la poesía de Sara, el amor es al desierto lo que el mar al espejismo. Es un espejo del deseo, algo que poco a poco se va difuminando. Un reflejo de humo. Un Narciso que no se avanza a ver, pero que intenta el milagro del reflejo.
La poeta dice:
yo buscaba tus ojos en medio de las dunas y los vientos. buscaba tus huellas. yo soñaba tus manos antes de caer en el infierno. la furia del sol me hizo olvidar tu nombre. y te llamé agua….
El desierto es ese animal terrible del amor, y el mar es la resignación, la memoria y el olvido, por fin.
Aunque también la voz poética de estos versos busca en el mar el recuerdo del pasado y en el desierto, el presente:
te acercas intermitentemente. mi sueño se enciende de repente.
y bailo alrededor de tu fuego.
como en los viejos tiempos. cuando invocábamos al sol desde las aguas.
En el poema Leyva de su libro “Antología personal” reluce una alegoría del amor frente al paisaje, siempre el estado de ánimo de la voz poética recatada, finísima y de gusto exquisito no se derrota en la cama de clavos que el dolor entrega cuando el amor sangra en las heridas, si no que el paisaje es una terapia tranquilizadora. Cuando hay en esta poesía la sumisión irrestricta al paisaje consolador, se produce una especie de contemplación alucinada.
La voz poética de Sara Vanégas suena, a veces, cuando se lanza a describir, a esa fresca alusión del cosmopolitismo modernista. En su poesía se encuentran versos que bien podrían sonar en las campanas del Rey Darío:
amor. te invito a mirar el agua
la luz dorada del estanque
-que me recuerda tus ojos pasmados-
te invito a aspirar la tarde
entre rosas y fuentes y vuelos
amor. te invito a caminar conmigo.
La voz poética es una Penélope que espera un amor que tiene una silueta parnasiana y que no avanza a ser. Que siempre está lejos, pero que acompaña:
y te he esperado sin rastro
y sin prisa
sobre los puentes y las cúpulas azuladas del verano
a través de los túneles interminables de la noche
en todos los andenes
lejos del mar y sus sirenas
te he esperado en esta ciudad
y en todas las ciudades
mientras la sombra crece sobre mis manos y el viento
/…/
pero más te esperé en las paredes repetidas del Cristal
y puedes creerme:
solo asomó tu silueta tras una de ellas
en el momento exacto en que yo partía
Sus más de 10 libros y su sostenido y firme discurso a lo largo de casi medio siglo la confirman como “cumbre de su generación y aun de esta lírica nuestra”, como bien dice Hernán Rodríguez Castelo.
Y que sus frutos sigan dando de comer a los pájaros que, como ella, salen cada cambio de estación a buscar en el exilio la maravilla de la vida.
Ni más ni menos.
Xavier Oquendo Troncoso